David Gilmour
Reseña y fotografía por Eduardo Cesario
David Gilmour dio un show histórico, conmovedor e inolvidable, ante un predio colmado de fans que deliraron con los clásicos de Pink Floyd y lo mejor de su producción solista durante casi tres horas.
Me es difícil escribir una reseña de un show que muchos aquí en Argentina esperamos tanto tiempo, y que incluso la mayoría habíamos colocado en la lista de «imposibles». De la gran historia del rock la pieza que faltaba, sin lugar a dudas, era que el ex Pink Floyd pise suelo argentino.
Llegué al Hipódromo 19:15 sin mayores problemas, para un show que estaba anunciado a las 21 horas. Muchísima gente, y cuando digo muchísima la verdad es que no puedo mensurarlos, ya que las columnas entraban y no paraban de entrar a minutos que este cronista fuera al mangrulo a fotografiar las tres primeras preciadas canciones.
Pasadas las 21:30 y con mucho público aún por ingresar se apagaron las luces del predio, y el show comenzó (30 minutos tarde) con el denominado «first set», encabezado por material solista de la última placa de David Rattle That Lock, una seguidilla de canciones que cumplen con el standard Gilmour: 5 A.M., Rattle That Lock, Faces Of Stone. De esta tríada nos quedamos con la última como la más disfrutable, y que daría el pie nada menos que a Wish You Were Here: en mi caso me tomó por sorpresa que fuera tan inmediato el atemporal clásico de Pink Floyd, ante un estadio que irradiaba luces de donde podía: celulares, encendedores y cualquier otra luminaria que permitiera crear esa mágica atmósfera.
En ese momento seguían ingresando grandes cantidades de público que debido al gran embotellamiento que causó el show, seguía arribando a las inmediaciones del Hipódromo, lugar que no cuenta con muchos accesos lo cual complicó bastante la ecuación.
Mientras el show continuaba con A Boat Lies Waiting, The Blue, Money, Us And Them, In Any Tongue, High Hopes.
¿Qué decir? esos temas que tanto escuchamos, que marcaron momentos, épocas en nuestras vidas, el verdadero soundtrack de unos cuantos miles que presenciaban atónitos los clásicos de Dark Side Of The Moon, para dar paso a los tañidos de esa campana que sonaba desde 1994, High Hopes, y no podés creer que estas viendo esto en vivo. Pero si, estamos ahí, testigos incondicionales y rendidos ante esos sonidos que atesoramos desde años y años…
Luego vino una pequeña interrupción, donde la gente trataba de acomodarse con cierta justicia en un sector VIP situado en la parte delantera del campo, bastante desorganizado y caótico.
Parecía guionado, pero el caos del público se fusionaría casi mágicamente al caos de Astronomy Domine, otro golpe de knockout que hizo desaparecer los malestares terrenales. En lo personal no me dejaba de sorprender el setlist, un tema bien lisérgico, que hizo presente al malogrado y eterno mentor Floydiano, Syd Barrett. La banda en este momento sonaba muy ajustada e intensa, la interpretación se extendió un poco más de lo habitual al punto que parecía una jam band dirigida por Barret desde algún satélite cercano. Sin duda éste fue uno de los puntos altos del show, con un sistema de luces que parecía tomar volumen en lo plano: increíble. Y le siguieron nada menos que Shine On You Crazy Diamond, la oda al Barrett, donde quiera que estés brillando.
Continuaron Fat Old Sun de On An Island, y Coming Back To Life de Division Bell, otro clásico de Pink Floyd de la época post Waters. The Girl In The Yellow Dress trajo el jazz al escenario, con unas visuales animadas teñidas de color, y un Guy Pratt que se hizo cargo de un contrabajo para la performance impecable.
Estábamos entrando en la última parte del concierto con Today, Sorrow, Run Like Hell, y si a esta altura quedaban lugares para el asombro éstos eran ocupados por más y más magia musical fruto de esta banda super sólida y constituída, con una base rítimica envidiable.
La despedida final vendría nada menos que con Time / Breathe (reprise) y Comfortably Numb, las últimas dos cápsulas atemporales de música eterna que David Gilmour tenía preparadas para una audiencia completamente hipnotizada e incrédula, una multitud gigantesca e inconmensurable como dije al principio de esta humilde crónica, tan grande y voraz como el talento de este monstruo que nos deleitó con precisión clínica y sensibilidad que sólo los artistas de esta talla tienen.
Fotografía de Eduardo Cesario para RockImagery
Lugar: Hipódromo de San Isidro | Fecha: 18/12/2015